Profesores de mi Morbo I : el primero y más grande. K.

Siempre, desde muy pequeña, fui consciente de mi sexualidad y del placer que me arrancaba. Creo recordar que ya me identificaba como bisexual sin ponerle nombre al concepto. Me gustaban las otras niñas, prácticamente todas. Hoy eso sigue igual. En cuanto a los hombres, siempre me gustaron precisamente los hombres. Nunca los niños o los chavales. Me gustaban los hombres entrados en años. Hoy eso sigue igual.


Entre todos ellos, mi sexualidad infantil se dirigía sólo a aquellos que tenían cierto poder jerárquico sobre mí. Freud estaría contento. Y sí me enamoré de mi padre. Recuerdo el día en que me di cuenta de que mi padre era un cabrón, que no tenía razón en todo y que, en definitiva, no era Dios, como el día de la mayor decepción que he sufrido en mi vida. Difícilmente superable.


Cuando tenía cuatro años me pasaron de la guardería correspondiente a un buen colegio privado. Hasta los siete años nunca me fijé en él, tal vez nunca me había cruzado antes con él. Era un colegio grande y bien distrubuido. Era maestro de euskera y tocaba la guitarra. Todos cantábamos. El primer día que le vi, el autobús escolar llegó tarde y la monitora me llevó al aula donde ya estaban mis compañeros de clase.


Estaba tocando la guitarra, tendría unos treinta y algo, barba de más de dos días y pantalón vaquero ajustado que le marcaba el paquete. Sería niña, puede que no entendiera de “eso”. Pero desde luego, podía sentirlo.

Me miró tierno y adulto.


-Nor zara?


Me preguntaba que quién era. Le dije mi nombre y siguió cantando.


Pintxo, Pintxo, gure txakurra da ta, Pintxo, Pintxo, bere izena du.

Txuribeltza da ta ez du koxka egiten, begi bat izten du jolasten nahi badu.


Seguí en el mismo colegio hasta que entré a la universidad. Él, mientras tanto, tonteaba con las profesoras por las mañanas (ya de mayor me enteré que era un hombre muy deseado en aquellos años por claustro y alumnado adolescente) y estudiaba Historia por las tardes, de modo que al llegar a 3º de ESO volvió a ser mi profesor. Y así hasta que salí. Me dio Historia del Mundo, de España, de Euskal Herria, de Geografía e Historia del Arte. Entonces ya tenía cuarenta y tantos, una barriga muy prominente como los euskaldunes la tienen y canas en el pelo. Seguía con vaqueros, barba mal afeitada, algo de greñitas y camiseta de rallas. Un borroka de la vieja escuela.


De educación férrea, era querido por los alumnos por la inmensidad de su genio y odiado por sus exámenes y metodología rigurosa. Ya no resultaba atractivo a ninguna alumna, pero supongo que alguna profesora fantaseaba con su olor a tabaco y tinto.


Empecé la ESO suspendiendo todo; rebelde, no escribía en los exámenes y llevaba literatura al colegio para leer en las seis horas de clase magistral (excepto en las clases de latín, lengua y cultura clásica). Él, o pasaba de mí o me expulsaba de clase, según el día. Nunca más fue tierno ni me cantó con la guitarra.


Acabé la ESO aprobando todo y destaqué en el bachiller como brillante, con dos años más de edad que el resto de mis compañeros. Amaba la Historia del Arte. Y lo amaba a él. En secreto y con distancias. Él se esforzaba por ser tierno conmigo a la vez que Dominante, pero yo estaba resentida por su trato en los años previos. Cuando aprobé la selectividad y fui a por mis cosas al colegio, encontré una foto en mi pupitre de la clase de primaria de K. con algunos de los niños. Entre ellos, un moco rubito a su lado que era yo.


Fue el único profesor que me abrazó y yo lloré, y nunca he pisado una reunión de antiguos alumnos. Hace un año y medio lo encontré paseando por la orilla de la ría a la salida de mi uni, y me preguntó qué tal.


-En mi línea.

-Izugarri.

-Me acuerdo de ti.

-Y nosotros de ti. Yo me acuerdo mucho de ti.

-Ikusiarte.

-Agur gudari.


Sigo fantaseando con él a menudo. Está casado y tiene hijos pequeños. Pienso en qué me diría mientras me folla, en que me cantaría después, en cómo me pintaría desnuda, en qué postura podría follármelo con esa enorme barriga. Cómo le miraría a los ojos chupándosela de rodillas con su tripa pegándome en la frente. Si le gustaría que le lamiera el culo y le metiese bien la lengua. Pienso en si me contaría por qué tiene esas cicatrices tan largas a lo largo de los brazos, en si me dejaría afeitarle, en si consentiría que le cortase al afeitarle para probar su sangre. Pienso en si me querría dar por el culo, o en si le resultaría atractiva como para estar mirándome horas sin ropa. En cómo llegaría a clase por la mañana. En su sudor. En lo imposible.



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