Una historia de (poco) amor.


Mi primer orgasmo me sorprendió jugando a los ocho años y fue por roce, así que supongo que cuando era niña el clítoris me funcionaba como a las mujeres. Los siguientes también fueron así. Escasos, pero fueron. Solía estamparme entre labio y labio con cualquier protuberancia que encontrara. Me dejaba resbalar con el vestido levantado y unas braguitas de algodón por cualquier barandilla; también los barrotes del balcón de la casa en que vivíamos, con diseño de forja retorcida, me servían a mis placeres de niña sexuada y sexual. Recuerdo, sin embargo, qué saliente era el que prefería mi valle. Los domingos en mi casa eran de monte, y en el monte hay árboles, y en los árboles hay nudos, y en los nudos dura corteza, y en la dura corteza, una braga infantil rasgada.


Cuando me empecé a masturbar desde la consciencia tenía once años y no olvidaré aquella primera noche. Extremo y duro. Fueron cuatro dedos los que cupieron. Extrema y pura.


En aquel momento era yo aún más ignorante que ahora y no sabía ni que existiera un clítoris. Sabía, por haberlo visto, que follar consistía en meter. Y había notado, por haberlo oído, que a los mayores les resultaba placentero (a la vista de un niño, un festival de gemidos puede ser más terrorífico que otra cosa… pero yo tenía comentarios precisos sobre tal goce. Tengo hermana mayor).


Aquellos cuatro dedos fueron placenteros no por la penetración en sí, que resultó ser una labor de tenacidad y contorsionismo. Era una cuestión de morbo. Creo que ese fue el preciso instante en que comencé a pervertirme, transcendiendo del placer corporal en sí que supone el sexo hacia el paraíso de la asociación sexual, tan polimórfico, polivalente. Infinito.


Después fui perfeccionando la técnica y antes de que el Señor Verde me robara la virginidad ya había descubierto yo, sin saberlo, el famoso punto G y otro punto de localización geográfica más cercana que desconozco si es común a más mujeres y qué letra lleva por nombre en caso de ser así.


Fui, por tanto, corriéndome como una perra ansiosa cada noche en mi habitación rosa chicle con cama de 90. Y llegado el momento, a los trece años, el Señor Verde quiso partirme el virgo (que físicamente, por cierto, debió de desaparecer en algún momento previo) y así obró, desatando en mí la locura de la pérdida de la Decencia y por tanto el nada más que perder. Caía en los brazos de mis Humberts Humberts y en otros menos afortunados. Además de en sus brazos, caía también en sus pollas. Al contrario que hoy, me veían por entonces delicada y era yo la que, literal, caía. Agarraba sus pollas de fuego y me dejaba caer encima. De un solo gesto ya estaba mi carne rellena. Y después, ya sólo pedía más y más fuerte. Penetración vikinga fue el nombre que puso a mi máximo anhelo sexual un Humbert de aquellos, que me llamaba Walkyria porque recogía, rubia y rotunda, a los guerreros heridos para llevarlos a algún Walhalla.


Ninguno de ellos me enseñó jamás lo que era un clítoris.


A la edad en que mi grupo de amigas empezó a descubrir el sexo, todas comprábamos revistas para adolescentes y preguntábamos, con mayor o menor fortuna, a algún adulto de confianza. Ya crecimos y yo me esforcé por superar dos frustraciones que me separan de mi idea de una Mujer Realizada. A día de hoy he dejado el empeño por arrancarme un orgasmo de esa bolita puta diminuta… y lo de estirarme los labios lo sigo intentando.


Espero que mi curioso lector quede satisfecho con la Historia de mi Fracaso. Lo que ocurre con las Fracasadas es que enseñamos los colmillos. De cualquier forma, somos lo que somos también gracias a ellos.


Un mordisco en tu fracaso personal, con amor,


Deborah Dora.



2 comentarios:

Feder dijo...

De lo más interesante. Cierto, llegado un momento cuando ya lo que antes considerabas extraordinario (sexo) se hace rutinario, el morbo es lo que lo impulsa, el de hacer algo prohibido (o algo más). Creo que no es todo lo que tu sexo te ha hecho, sólo el principio.

Abrazos

Anónimo dijo...

tu curioso lector ha quedado saciado...por el momento.
no pierdas la esperanza, quizás el día menos pensado tu Fracaso se transforma en tu mayor Éxito...chi lo sa? y si no es así que te quiten lo bailado.
Recibo con gusto el mordisco en mi Fracaso Personal.
Cesar