Hace dos jueves salí sola

Hace dos jueves salí sola, como todos los jueves. Antes de eso me había duchado y me había corrido, había recortado los pelitos sobrantes, había elegido unas bragas de encaje, unas medias de red, una faldita negra de látex y un corpiño negro con lazos de satén en rosa, como una cabaretera postmoderna fugada del Moulin Rouge.


Las francesas, con fama de guarras en dos de sus más conocidas acepciones, saben de perfumes y es por eso que desde hace años sigo el consejo que Pauline Réage ponía en boca de O en su Historia. Me perfumo tres veces, dejándolo secar cada vez. Claro que el perfume lo dejo para según que eventos familiares, y si lo que quiero es salir a matar, lo sustituyo por el perfume de hembra que despide mi cuerpo, y unto con las feromonas de mi corrida el cuello, la parte trasera de las orejas y ligeramente las clavículas.


Lo hice, y me enfundé las bragas, la falda, el corpiño, y unos tacones de charol. Me solté el pelo y me pegué unas pestañas postizas. Carmín en los labios y unas esposas en el bolso.


Cuando una tiene Dueño en el corazón, aunque todo este roto cuesta correr a la batalla a pecho descubierto. Por eso, y aunque se me cayera el mundo, no dejé mi alma estancada en el lodo puro de la mierda que me ahoga y salí, disfrazada de zorra insufrible, a comerme la noche de mi ciudad al ritmo de Lady GaGa y a comerme la energía del primer incauto que pensara tenerlo fácil.


Y es que somos eso, máscaras. La palabra personalidad deriva del griego prósopon, máscara. Aquellas caretas trágicas o cómicas que se ponían los actores modelando todo su ser a un papel elegido, aceptado, e interpretado. La personalidad es eso, una máscara, y la supervivencia consiste en encajarse la más oportuna como sea, como se encajan las putas secas las pollas que pagan billetes por el culo. Con decisión, lubricante y algún que otro sufrimiento.


Hace dos jueves salí sola y seguí el recorrido habitual. El primer bar, de gays, sirvió para arruinar mi sangre del vodka suficiente como para resultar vulnerable. Hay hombres tan cobardes que nunca rozarían un cabello de una hembra como yo si no está o aparenta estar borracha. Un párpado caído, el aliento etílico y un balanceo extremo en lo tacones es suficiente.


Al segundo bar, de heteros pijos en la zona pija, de treinta y muchos y cuarenta y pocos, casados aburridos, puteros empedernidos, simplemente desesperados o supuestos reyes del Mambo con camiseta Armani y cuatro horas de gimnasio, llegué sola y caminé despacio hasta el fondo, para besar en los labios al Dj gay que me adora y a la gogó hetero que adoro.


El jefe me sacó el vaso de siempre y el Dj me puso a Madonna.


Entonces, de entre todos los cobardes con un festival de ímpetu en las pelotas, uno se acercó:


-¿Tienes un cigarro?

-¿Y tú tienes farlopa?

-Claro, vamos.


Entramos al baño y puse dos tiros agachada sobre la taza del váter. Le enseñé a propósito las bragas y su desconcierto me hacía gracia. Estuve tentada de dejarle marchar. Se llamaba Pep y era catalán. Feo y calvo con buen tipo y mala cara.


-No sé si puedo besarte…

-No sé Pep, ¿te atreves a jugar?


Creyó que le dejaba besarme y le aparté la cara con cierta fuerza. Empecé a acariciarle el cuerpo bajo la camiseta, le di la vuelta y lo apoyé contra la pared. Acaricié su culo, le lamí el cuello… desabroché la bragueta y apareció, de golpe, una polla de risa, muy larga como para ser cómoda y muy fina como para ser placentera. No me importó; a fin de cuentas me estaba divirtiendo.


Saqué las esposas del bolso y antes de que se diera cuenta tenía las manos juntas a la espalda. Puse a Pep frente a mí en el baño minúsculo, bien apoyado contra la pared, escupí en su polla cómica, le puse un condón y le di la espalda. Me penetré en un solo gesto y, apoyándome con las manos en la pared contraria, me lo follé como una psicópata dándole bien fuerte con el culo contra la pared. Le escuché correrse y diez segundos después me iba yo.


-¿Te ha gustado, Pep?

-Sí puta, vamos a mi hotel que te voy a follar contra todos los muebles como nunca te han follado, te voy a dar lo tuyo, zorrita.


Me reí. Me reí coqueta agitando mis pestañas rizadas de plástico, acaricié su pecho y me acerqué.


-Creía que te habías dado cuenta de que hoy la puta eres tú.


Lo empujé contra la taza, cogí sus gramos del bolsillo y me los metí en las bragas. No recuerdo ya qué obscenidades le dije mientras lloraba y me insultaba, sólo sé que fueron tres dedos en un culo virgen y que la mierda catalana huele igual que la euskaldun. Sangraba por el culo como una loba herida y tiraba mierda como un niño acojonado.


Paré cuando me dolía la muñeca, salí y me lavé la mano recreándome con satisfacción en el frescor del agua.


Después me acerqué a la barra y le di al jefe las llaves de las esposas y un gramo.


-Ve al baño, vuelvo el próximo jueves.


Me besó en la frente como hace siempre porque su encantadora mujer es muy celosa, además de muy hetero (imposible embaucarla…) y llamé a Esteban, a mi Tito Esteban, para seguir la fiesta en otro lado con las bragas llenas de polvo mágico y el alma llena de polvo trágico.



0 comentarios: