Singin' in the rain.


Du Du Du Du Du Du Du Du Du

Du Du Du Du Du Du Du Du Du

I´m singin' in the rain,
just singin´ in the rain,
what a glorious feeling,
and I´m happy again.









No es que sepa especialmente bien. Es más o menos como huele, pero más intenso y más caliente. No importa, porque la circunstancia lo tolera. Como cuando ya estás tan borracho que te la pela la temperatura de la birra. Aunque sepas que es como un meado. Y de eso hablo, precisamente.


Cuando pasamos muchas horas follando él se mea, y a la vez está tan cahondo que se empalma. Ni se mea del todo ni se empalma del todo. Frustrado, me pega, y no encuentra otra solución que bautizarme de oro con esa polla medio fuerte medio blanda, muy caliente, llena de orines estancados.


Nunca lo bebo todo, claro, pero lo intento. Muchas veces me atraganto. Me horroriza pensar que trago pis. Es espumoso por la presión y a veces me colapsa las narices. Y a la vez me excita tanto…


Ser su váter. Que nada de lo suyo se pierda. Que su vida, con sus pasiones, con sus golpes, con sus venganzas, caigan en mí. Que sus muertes, las orgánicas, las temperamentales, sus insultos, sus humillaciones, sus desperdicios, sus excrementos, caigan en mí. Yo soy su tierra, él me pisa pero sin mí no se sostiene. Él es mi Dios, el de la parte antigua de la Biblia, el de las plagas, el de la muerte de los primogénitos, el del amor a costa de lo que arrastre.


Suelo tener el coño destrozado por los maltratos. Tanto por las torturas vaginales explícitas con cera, con golpes de fusta, como por los daños colaterales de sus folladas salvajes. Siempre procura llevarse toda mi lubricación con la boca antes de penetrarme. No me come el coño a cambio de nada; él me lo come para aspirarme toda la savia y que la metida sea escabrosa, punzante. Que la gran llaga se plague de llagas.


Cuando mea sobre mí y me resbala de la boca, y el pecho se me eriza de gusto, pronto se desliza el oro a mi raja. Y entonces escuece. Pero también sana.


Todo es una bendición absoluta que llega de la bendita mano del desagrado absoluto.


Y eso es, en definitiva, mi vida.


No me digas que no es Arte.


Disfrutar de lo agradable es sencillo, es humano, es natural, es lógico.


Yo me burlo del displacer. Lo deformo. Lo uso. Lo beneficio.


¿Complicado?

¿Inhumano?

¿Antinatura?

¿Ilógico?


Divino Arte. Y al Padre lo llamaban el Divino Marqués.

Un vómito mental.




Soy la boca pegada de aliento mañanero, de lengua llagada y muelas carcomidas. Soy el coño universal de grandes labios y diminuto agujero que frustra los deseos en vaginismos mentales. Huelo a pez muerto y supuro clamidias como la leche cortada. Lleno de pelos infectos en bolas de pus que explotan dentro de los ojos del que curiosea. Soy el falo supremo impotente, siempre arrugado. Entre mi prepucio guardo la resina de toda la mierda que veo en las almas y ensucio mi glande de plastilina con los restos podridos de una paja precoz de Onán. Soy el pecho caído de una madre inconclusa, paridora de bebés muertos en diabólicas posturas. Mi pezón rajado yermo de leche alimenta a todos los que perdieron en su adultez a su niño. Soy la madre estéril. Soy el ovario enquistado, el que sangra y duele, el que no dará óvulo que acune. Soy el útero insurrecto que espasma las concepciones y las deja derramarse coño abajo. Sólo quiero semen inútil, sin vida, tan reconfortante y efímero como la nada que envuelve mi cuna. Soy los testículos cristianos de poluciones nocturnas y culpabilizaciones diurnas. Soy una mancha de lefa en un calzoncillo blanco y cagado. Soy todos los granos, todos los pelos en las manos y cada una de las cegueras prometidas. Soy el culo que se caga de la anciana que se mea. Soy el esfínter férreo de la virginidad anal eterna, pozo marrón de los olores inmundos y las obsesiones terrenas. Soy la próstata placentera que te mata en un cáncer, soy el camino al orgasmo anal negado, soy un alien en tu culo, un culo dentro de tu alien.


Soy la Musa de cada placer común y perverso. Yo soy la más buena. Siempre lo he sido, y siempre seré. Seré el ángel que se viste de negro y gruñe. Soy la bondad asustada. Soy todos mis miedos. Os temo. Animales humanos, os temo.

Que te follen el culo es que te cagas.




La primera vez que te follan el culo es que te cagas. Literal. La sensación es muy similar, tanto que no es raro que efectivamente, en esa disonancia mental, te cagues mientras te percutan. Después, con tiempo, empeño y mucha insistencia, aprendes a olvidar la idea de evacue y comienzas a disfrutar con la sensación en sí, que sigue siendo muy próxima a cagar. Y por eso es placentero.


Todos disfrutamos cagando a solas en nuestro váter, relajando el culo en tensión retentiva y notando un cilindro suave y resbaladizo dilatarnos el ano. Todos.


Cuando no se disfruta del sexo anal convenientemente hecho (con lubricante y mucha excitación previa, que si no duele y eso para los que no sois masocas es otra historia) es, simplemente, por la tensión resultante debido al pudor de manchar de mierda esa polla satisfactoria con la que no existe confianza.


Y lo de manchar pasa las menos de las veces.


Yo soy una maravillosa enculadora con Armando, así se llama mi strap-on rosa fucsia. Como sodomita gozo al nivel de sugestión, porque mi falo no es sensible. Pero lo adoro. Adoro abrir culos a los abridores de culos para que ellos mismos bajen a beber del pozo de las contradicciones púdicas y los placeres que Dios pensó haber vencido llevándose por delante un par de pueblos del mapa.


Umm… pero como sodomizada. El placer es máximo, porque también me meten y sacan un cilindro resbaladizo que estimula toda la mucosa sensible estriada que tengo (y tú) en mi culito.


Y entonces, una de las noches de esta pasada semana, ya en pijama y con el párpado medio caído, con la libido en coma y el coño enclaustrado en su raja perfecta, me senté en el váter a hacer fuerza. Costaba, pero fue saliendo. Y a medida que salía, y del esfuerzo, me estremecí tres o cuatro veces en un calambre medular de placer y frío.


Me limpié el culo, satisfecha, y me metí en mi nido violeta de plumas con las que volar en sueños.


Pero empecé a pensar en él. Dirigí la atención a la circunferencia cedida de mi ano de la misma forma que dirijo toda mi mente a los pies si los tengo fríos. Y fue plácido. La sensación aún estaba presente, vibraban los sensores de mi recto, el ano estaba perfectamente disponible para dejar abierto el paso. Y tan rico era todo, que sin ponerme allí ni un dedo, fui contrayendo y relajando el culito, cambiando el ritmo, sin pensar en tótem sexual alguno. Sólo manipulaba su tensión, sólo absorbiendo los escalofríos con los que me recompensaba. Y fui sintiendo calor, y cambiando la postura, sentí el agua en mis muslos. Mi coño quería acercarse a ver.


Me tumbé hacia abajo y seguí con las contracciones, el placer me movía y al moverme, me rozaba la costura del pijama con mi raja plenamente acuosa y abierta. Y seguí y orgasmé, analmente, descomunalmente.


Después me dormí soñando con violaciones anales y al despertar, le regalé una caricia intensa, prolongada, y muy profunda. Y no manchó.

De caparazones y salivaciones.





Podríamos decir que es una babosa, pero es un caracol con caparazón de guerrero. Toda una oquedad de vacíos misteriosos, que se pueden aplastar y quebrar mucho antes que penetrase. Para penetrarlo es necesaria la fisura o que el caracol, amable y descuidado, aparte a un lado la tanga o baje sus braguitas humedecidas en baba. Resbala siempre, secretando y marcando senda, se desliza hipnótico, y poco importa que saque los cuernos o que intente huir. El caracol atrae. Y es hermafrodita. Yo los adoro, y mimo entre las piernas esclava como soy del encanto femenino. Me gusta que se escurra entre mis dedos.


Y otras, cegada en mi sadismo de abnegación mental nada transitoria, quiero destruirlos. Aplastarlos. Y sentirlos morir, sin matarlos del todo. Recrearme en su crujido. En su día de después de duda y remordimiento, sin coraza, sin casita veteada en marrón mierda que le cubra y proteja de la esencia misma del aire. Reírme en su desnudez y venerarlo como débil, para mostrarle el camino a la fuerza del nudismo. Del nada que esconder sin nada que perder.


Son sensitivos cada uno de ellos. Todos los caracoles, o coños ya a la altura del tercer párrafo. Y no hay uno sólo tetrapléjico, ni una sola mujer físicamente frígida. Los coños son generosos. Los cerebros, carceleros muchas veces. Las morales, las inconsciencias, los temores.


-Déjame tocarte el caracol.

-No me gustan las mujeres.

-No has probado mis caricias. Mi mano no es mujer, sin gónada alguna. Tampoco mi lengua. Ni mi misma raja tiene nada de mujer por sí misma. Tu caracol no entiende de sexos, no le hagas entender. Sólo deja deslizarlo. Sólo dale libertad, púbicos bosques, arbóreos falos, húmedos valles.

-Eres sólo mi amiga.

-Y tú una dictadora carnal.


Y a cada régimen una rebelión, y de la tensión las luchas, y de las luchas los destrozos, y con cada destrozo un renacer.


“Ya habrá tiempo”. Pienso. “La vida no es larga pero la depravación es veloz, las cadenas se sujetan a la corrosión del clima… y la baba de cada caracol siempre lubrica”.


De momento el mío también come zanahorias.

Cuando el Infierno se llene, los Muertos caminarán sobre la Tierra.








Dicen que los vampiros son sexys, y lo son, aunque a mí me tiran un poquito a gay y no me ponen calentorra porque me gusta el hombre macho al estilo clásico de la fisonomía del hombre, ni metrosexuales, ni hostias.


Lo de las vampiresas es ya otro terreno, el de las hembras peligrosas, inmortales, siempre bellas, siempre jóvenes, atormentadas, pálidas, venosas, con el cabello largo, y las uñas, y los colmillos, y los vestidos. Y sí, yo también me enamoré de Lestat como todas las niñas que teníamos doce años y leíamos una entrevista al vampiro traidor. Y luego le pusimos la cara de Tom Cruise, cuando era más guapo y menos gilipollas, con esos tirabuzones dorados y sus trajes de lujo en Nueva Orleáns.


Los mordiscos en el cuello, la seda, el encaje, el tormento, la sangre, la fina seducción del vampiro, la inmortalidad y la eternidad por tanto, la noche, el orgasmo en la succión de la vida. Todo ello es arrebatadoramente sexy, y si yo fuera un pene maricón seguro que me mataría a pajas pensando en vampiros. Pero no es el caso. Yo soy un coño polifílico con los esquemas muy claros, y hasta clásicos por paradoja, y me gustan los tíos masculinos y las tías femeninas. Es muy simple.





Adoro el género fantástico, esa es otra de mis filias. El cine, y lo fantástico en particular. En el cine de terror existe un ser con fama de antilujurioso, pero a mí me resulta irremediablemente atractivo, además de democrático. Entre los zombies, las hembras y los machos son sexualmente apetecibles por las mismas razones.


Los zombies son muertos vivientes por razones desconocidas. George A. Romero fue su padre y no se guardó de proteger su idea, por lo que después de su perfecta trilogía inicial que todos conocemos (y si no tú te lo pierdes) proliferó toda una corriente de plagio con más o menos fortuna. Deshizo su error con un remake años más tarde y a partir de aquello, o pagas derechos o te haces una peli de zombies que no son zombies, son infectados.


Da igual. Todo evoluciona. Antes el cine fantástico era más inocente. No hacía falta un argumento convincente con sus causas y consecuencias ni mil volteretas técnicas con efectos especiales y sustos sin alma para causar una sensación de tensión que ya Romero, o Carpenter, lograban con arte, buen gusto y menos artimañas.



De esa marcha lógica que todas las cosas siguen a medida que nos alejamos más de nuestro Yo originario, es decir, que involucionamos aunque diga Mambrú lo que quiera decir, ha resultado que ahora hay zombies (infectados) rápidos y listos que se la lían gorda a la Jovovich, saga esa que a todos nos gusta por ver a la mujer gato vestida de rojo jodiendo bien a toda esa panda de Hijos de Puta de la Umbrella que los parió.


Aquellos primeros zombies que a mí me seducen, en cambio, eran lentos (estaban no muertos, coño) y no tenían raciocinio. Sólo obedecían a su instinto de devorar. Completamente animales, instintivos, como es el sexo. Sólo que a ellos les daba igual polla que cerebro, que nalga que cuello. Ellos y ellas eran igualmente putrefactos, sórdidos, manejables, predecibles, peligrosos, penetrables por todas las llagas de sus cuerpos desechos. Sólo faltaba que alguien los domesticara, candara su boca y disfrutara del amor eterno y simple que sólo puede procurar un animal imbécil.