De caparazones y salivaciones.





Podríamos decir que es una babosa, pero es un caracol con caparazón de guerrero. Toda una oquedad de vacíos misteriosos, que se pueden aplastar y quebrar mucho antes que penetrase. Para penetrarlo es necesaria la fisura o que el caracol, amable y descuidado, aparte a un lado la tanga o baje sus braguitas humedecidas en baba. Resbala siempre, secretando y marcando senda, se desliza hipnótico, y poco importa que saque los cuernos o que intente huir. El caracol atrae. Y es hermafrodita. Yo los adoro, y mimo entre las piernas esclava como soy del encanto femenino. Me gusta que se escurra entre mis dedos.


Y otras, cegada en mi sadismo de abnegación mental nada transitoria, quiero destruirlos. Aplastarlos. Y sentirlos morir, sin matarlos del todo. Recrearme en su crujido. En su día de después de duda y remordimiento, sin coraza, sin casita veteada en marrón mierda que le cubra y proteja de la esencia misma del aire. Reírme en su desnudez y venerarlo como débil, para mostrarle el camino a la fuerza del nudismo. Del nada que esconder sin nada que perder.


Son sensitivos cada uno de ellos. Todos los caracoles, o coños ya a la altura del tercer párrafo. Y no hay uno sólo tetrapléjico, ni una sola mujer físicamente frígida. Los coños son generosos. Los cerebros, carceleros muchas veces. Las morales, las inconsciencias, los temores.


-Déjame tocarte el caracol.

-No me gustan las mujeres.

-No has probado mis caricias. Mi mano no es mujer, sin gónada alguna. Tampoco mi lengua. Ni mi misma raja tiene nada de mujer por sí misma. Tu caracol no entiende de sexos, no le hagas entender. Sólo deja deslizarlo. Sólo dale libertad, púbicos bosques, arbóreos falos, húmedos valles.

-Eres sólo mi amiga.

-Y tú una dictadora carnal.


Y a cada régimen una rebelión, y de la tensión las luchas, y de las luchas los destrozos, y con cada destrozo un renacer.


“Ya habrá tiempo”. Pienso. “La vida no es larga pero la depravación es veloz, las cadenas se sujetan a la corrosión del clima… y la baba de cada caracol siempre lubrica”.


De momento el mío también come zanahorias.

Cuando el Infierno se llene, los Muertos caminarán sobre la Tierra.








Dicen que los vampiros son sexys, y lo son, aunque a mí me tiran un poquito a gay y no me ponen calentorra porque me gusta el hombre macho al estilo clásico de la fisonomía del hombre, ni metrosexuales, ni hostias.


Lo de las vampiresas es ya otro terreno, el de las hembras peligrosas, inmortales, siempre bellas, siempre jóvenes, atormentadas, pálidas, venosas, con el cabello largo, y las uñas, y los colmillos, y los vestidos. Y sí, yo también me enamoré de Lestat como todas las niñas que teníamos doce años y leíamos una entrevista al vampiro traidor. Y luego le pusimos la cara de Tom Cruise, cuando era más guapo y menos gilipollas, con esos tirabuzones dorados y sus trajes de lujo en Nueva Orleáns.


Los mordiscos en el cuello, la seda, el encaje, el tormento, la sangre, la fina seducción del vampiro, la inmortalidad y la eternidad por tanto, la noche, el orgasmo en la succión de la vida. Todo ello es arrebatadoramente sexy, y si yo fuera un pene maricón seguro que me mataría a pajas pensando en vampiros. Pero no es el caso. Yo soy un coño polifílico con los esquemas muy claros, y hasta clásicos por paradoja, y me gustan los tíos masculinos y las tías femeninas. Es muy simple.





Adoro el género fantástico, esa es otra de mis filias. El cine, y lo fantástico en particular. En el cine de terror existe un ser con fama de antilujurioso, pero a mí me resulta irremediablemente atractivo, además de democrático. Entre los zombies, las hembras y los machos son sexualmente apetecibles por las mismas razones.


Los zombies son muertos vivientes por razones desconocidas. George A. Romero fue su padre y no se guardó de proteger su idea, por lo que después de su perfecta trilogía inicial que todos conocemos (y si no tú te lo pierdes) proliferó toda una corriente de plagio con más o menos fortuna. Deshizo su error con un remake años más tarde y a partir de aquello, o pagas derechos o te haces una peli de zombies que no son zombies, son infectados.


Da igual. Todo evoluciona. Antes el cine fantástico era más inocente. No hacía falta un argumento convincente con sus causas y consecuencias ni mil volteretas técnicas con efectos especiales y sustos sin alma para causar una sensación de tensión que ya Romero, o Carpenter, lograban con arte, buen gusto y menos artimañas.



De esa marcha lógica que todas las cosas siguen a medida que nos alejamos más de nuestro Yo originario, es decir, que involucionamos aunque diga Mambrú lo que quiera decir, ha resultado que ahora hay zombies (infectados) rápidos y listos que se la lían gorda a la Jovovich, saga esa que a todos nos gusta por ver a la mujer gato vestida de rojo jodiendo bien a toda esa panda de Hijos de Puta de la Umbrella que los parió.


Aquellos primeros zombies que a mí me seducen, en cambio, eran lentos (estaban no muertos, coño) y no tenían raciocinio. Sólo obedecían a su instinto de devorar. Completamente animales, instintivos, como es el sexo. Sólo que a ellos les daba igual polla que cerebro, que nalga que cuello. Ellos y ellas eran igualmente putrefactos, sórdidos, manejables, predecibles, peligrosos, penetrables por todas las llagas de sus cuerpos desechos. Sólo faltaba que alguien los domesticara, candara su boca y disfrutara del amor eterno y simple que sólo puede procurar un animal imbécil.


Chispas y hogueras. ¿Es el fuego cantidad o cualidad?



-¿Has sentido alguna vez esa punzada exclamativa de dolor que neutraliza cualquier placer, que te anula, paraliza y eres incapaz de evitar? Sólo te dejas arrastrar por ella, vas y vienes con su mordisco impío y sufres rendida en su balanceo sarcástico que hiere tus entrañas en un arañazo de fuego.

-Ya sabes, Deborah, que yo no soy masoca.

-Escúchame, vamos. Te hablo de cuando te cabalga un hombre tan bien dotado que llega a tu fondo y se adentra hasta la boca del útero. Ese grito callado en tu vientre. Y que el placer que sientes con la caricia que te rellena antes de llegar a ese punto no te consuele porque, encogida tu carne del miedo, sólo anticipes que vendrá un nuevo golpe con cada embestida de su cadera.

-Sí…

-Te duele y te rindes. Te dejas hacer y sólo esperas el momento en que tu coño se quede pequeño y te toque el fondo y te duela. Cada vez más dura, más hinchada, y tú más rendida. Y te dejas hacer, y sabes que goza y tú gozas. ¿Te ha ocurrido, verdad? Alguna vez te habrás quejado, habrás exigido el cambio de la postura, habrás pedido que pare. Pero alguna otra vez le habrás complacido, habrás aguantado, y habrás gozado cuando finalmente, asumida la condena, te hayas abandonado a dejarle follarte así.

-Exactamente. Pero yo soy vainilla, cómo tú dices. Eso no tiene nada que ver con lo tuyo.

-¿Y no comprendes que yo vivo siempre en ese placer del flotar? Subspace, lo llamamos las masocas. Es porque le amo, porque soy suya. Tú sólo ves su placer en su polla. Yo veo su placer en su mano cuando empuña la fusta o derrama una vela, cuando estira mi trenza o retuerce mi cuello. No soy distinta a ti, sólo me rindo más allá de la polla de mi Amo. Tú lo llamas novio. Me deshago en su mirada, en su orden, su placer lo admito en toda su esencia. Me rindo. Y soy feliz cuando me toma, de la manera en que sea que quiera hacerlo, y lo noto orgulloso y lo hago gozar. Me gusta que se le abulte la polla y que también se hinche su Alma. Y entumecida la carne bien en pollazo o bien en azote, floto porque él goza, usa y cuida. Porque el Amo ama. Floto y sufro y gozo. Siempre. Es un orgasmo continúo.

-Estás enferma.

-Ilimitadamente… y sin límite no hay frontera.