De lo ordinario de un cánon y la osadía de la envidia.





Canon.

(Del lat. canon, y este del gr. κανν).


4. m. Modelo de características perfectas.


Todas las épocas han tenido uno; desde la obesidad enfermiza de las Venus prehistóricas hasta la delgadez rígida de las tops del momento, pasando por la lozanía socavada de las Gracias de Rubens. Cuando se establece un cánon de belleza, se divide el Universo (con la mujer como principal Musa de lo bello como siempre lo fue) en dos áreas adjetivas; una de ellas, por cierto, considerablemente más pequeña que la otra debido a que la perfección, de existir, es más bien escasa. El área de lo acorde al canon y el de lo discorde con el mismo.


Yo si considero que la perfección existe, aunque no en globalidad. Creo en la fragmentación universal, y por ende, en que uno puede tener nariz perfecta y pies feos, o polla ideal y boca de vómito. Por tanto, por cada cánon dos áreas y la imposibilidad de un canon global en una misma persona.

Las narices, por cuestiones naturales de huesos y cartílagos, tienen difícil mutación al antojo de una moda si no es con pasta y bisturí. En cambio, la silueta es de relativa reestructuración a cambio de una motivación y un esfuerzo más o menos considerable depende de cada cual, y dentro de la frontera que marque cada particularidad ósea; de cualquier forma, la silueta es tal vez, junto al peinado y el estilismo general, el cánon más fácilmente alcanzable.


Con esta disertación un poco filosófica (apuntando alto, que mi Ego es muy suyo) ya podemos hablar de las acordes al cánon, las delgaditas perfectas, y las discordes, o las chicas voluptuosas que oscilan entre los kilitos de más y la línea ballenato.


Cuando un canon marca época pasa a formar parte de un inconsciente colectivo, y por mucho que queramos ir de independientes, deja huella en nuestra percepción de lo agradable. A todos nos resulta agradable el cánon actual, las gacelas esbeltas que se muestran entre imponentes y frágiles, las posturas no erguidas que no marcan líneas de grasa en los vientres lisos de las Venus contemporáneas. Precisamente porque es común que guste, su gusto es a la vez ordinario, entendiéndolo como común, cotidiano, frecuente, entendible y compartible.


¿Les quita mérito alguno? No lo creo. Son adorables y deseables. Lo ordinario no es peyorativo, es mayoritario.

El otro grupo, en el que me encuentro, de mujeres alejadas (mucho o poco) del cánon suele adquirir dos posturas: la ya conocida del complejo y del querer ser (sin esforzarse por ello en la mayoría de los casos… porque creo yo que después de las Guerras pocos gordos había) y el de despreciar a quién es.



Compadezco a ambas porque ponen empeño en desecharse, y es que confío en que la que lucha por un ideal corpóreo lo consigue (y la que se queja en vano tiene un problema de disonancia importante) y mantengo que la que hace escarnio con la perfección ajena por la disconformidad propia es digna de lástima porque la infelicidad la tiene en el alma y no en la barriga.


Dicho esto, y apreciando el cánon, se entra ya en el tema de la globalidad de lo bello como cada uno lo capte, y es que lo bello no es sólo lo distinguible como tal, si no lo deseable como presa sexual. La atracción sí que es un fenómeno totalmente subjetivo y ese sí mueve el mundo.


Hay mujeres tan bellas que ni me las follaría, sólo querría mirarlas. Y hay otras tan bellas en una dimensión tan alejada a las primeras que serían receptoras de toda mi lujuria. Me gustan las tías con curvas, femeninas, con los culos gordos para azotarlas y cara de malas perras. También me gustan las pequeñas aniñadas, con pezones minúsculos en mamas imperceptibles y coletas encuadrando sus caras mofletudas. Me gustan los heavys de la vieja escuela, barbudos, melenudos y con panza. Me dejaría follar el culo por cada uno de ellos, y comería las bocas de todos los hombres de mirada atormentada, artísticos y sensibles, que marcan las costillas y las ojeras.


Y a Brad Pitt lo metería en una vitrina circular para poderlo admirar.


Me jode que no se sepa mirar el mundo con la ambigüedad y la levedad precisa, y odio, sobre todas las cosas, las feministas exacerbadas (yo soy femenina y no me representan defendiendo mis curvas con la técnica de lapidar lo evidente) y todas las discriminaciones positivas de nueva horneada.


Y ahora voy a adornar el artículo con muchas tías cojonudas para ver si entre teta y teta alguien me lee la paja mental del día.


Voraz e iracunda,


Deborah Dora.





0 comentarios: