La soportable pesadez del ser. (II)

Se le ocurrió que existía una manera de escapar de la condena que veía en las infidelidades de Tomás: ¡que la lleve consigo!, ¡que la lleve cuando vaya a ver a sus amantes! Quizás ésa sea la manera de convertir otra vez a su cuerpo en el primero y único de todos. El cuerpo de ella se volvería un alter ego de él, su ayudante y su asistente.

<Yo te desnudaré, te lavaré en el baño y después te las traeré>, le susurraba mientras estaban abrazados. Deseaba que se convirtieran en un ser hermafrodita y que los cuerpos de las demás mujeres fuesen su juguete compartido.


Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.



Antes de que nos enamoráramos (o yo me enamorara, porque decididamente, jamás asumiré suposiciones ajenas) yo era una profesional del erotismo y él un hombre casado de esos que se escudan en el aburrimiento para ir sembrando esperma en otros campos. Así que vino, tuve un flechazo, pagó, hice mi trabajo con enorme placer, se fue y me busqué la vida para encontrarlo.


En contra de todo pronóstico, la historia acabó transcendiendo de lo originariamente sexual a un plano más sentimental (con el sexo, siempre, como eje principal de cualquier unión entre nosotros). Y de ahí nacieron mis celos, de primeriza enamorada, temerosa de que sus caprichos le llevasen a otro cuerpo y que me arrebataran algo…


Freno. ¿Arrebatarme qué?


¿Puede alguien arrebatarme algo que no me pertenece?


Y de cualquier forma, qué gano con atarlo. Reprimirlo sólo sería ir enamorándome de una idea irreal que nada tiene que ver con la res extensa en la que proyecto mi amor.


En este tiempo ha buscado fuera y yo, claro, me he enterado. Al decírselo también evidencié las maneras a través de las que le dejé con el culo y la erección al aire, así que en caso de que siga haciendo lo mismo se habrá corregido y no podré cazarle. Ni ganas tengo, ya.


Por eso pensé como la Teresa de Kundera en el texto que recojo arriba, mucho antes de leer el libro. Pensé así y yo misma fui la que busqué y encontré campos de juego donde él pudiera dar pataditas a cuantos balones se presentasen. Y así, de paso, yo también clavo mis rodillas en el césped para celebrar con la boca abierta y la saliva abundante, cualquier gol que encaje en una portería contraria.


Y nos va mejor, yo creo. Ya hemos profanado el amor hasta tal punto que, podrido en la miseria, no se queja entre escenitas de celos absurdas.


Y yo gozo como las perras mientras olvido a golpes de polla lo que tenga que olvidar, y luego, llena de lefa amarga palpitándome en la lengua, sólo me pregunto (y sólo a veces) cuántas maniobras me harán ganar batallas, y cuántas batallas hay que ganar para ganar una guerra.

2 comentarios:

Feder dijo...

Siempre el amor implica posesión. Eso lo aprendí de una amiga psicóloga. Somos egoístas y queremos lo amado sólo para nosotros. Y Viceversa.

Anónimo dijo...

En realidad la cagaste antes, pero tu o no lo sabes o prefieres mirar para otro lado, a veces saltarse las reglas no es adecuado, y en tu caso y por las circuntancias, simplemente patetico, mira bien lo que has ganado y perdido por el camino de la lujuria.