Es oscuro y estriado.




Metes el dedo y notas de inmediato su resistencia. Poco importa lo que lo hayas lamido antes, poco importa la saliva que hayas deslizado directamente, como un hilo de vicio, desde tus labios fruncidos hasta el centro mismo de su negrura. Cuando vas a meter el dedo, su reflejo aprieta. Y yo me excito más, claro, porque la resistencia es la inútil contención de una fuerza que no entiende de control alguno.


Empujas un poquito más y su anillo afloja levemente. Algunos culos, los más miedosos, parpadean en su tensión como las princesitas de los cuentos. Allí adentro se está más bien seco y muy rugoso. Y a veces hay sorpresas oscuras e irregulares que, en mi caso, no suponen ningún trauma.


El cerebro que domina al culo puede mandar orden a la garganta para quejarse, o maullar, o gemir. El cerebro que domina al dedo intrusivo sólo ordena seguir, y mojar, y desear, y morder, y azotar.


Cuando se empieza a meter el dedito, la situación se tiñe de una callada tensión, de calma y control aparente… pero es fugaz el engaño y pronto se desborda el pantano y se desbocan los caballos y llora el niño Jesús. Es entonces cuando me da lo mismo uno, que dos, que tres, y penetro el culo ya con toda mesura olvidada, y busco su muslo para frotarme lo que ya me quema, y le agarro del cuello para acercarme a su boca y besarle hasta el fondo y morderle los labios.


Suelo correrme así.


Después recupero una pizca de cordura y de nuevo detrás, siendo espectadora a dos centímetros de mi obra perversa de amor mancillado, deshago el camino andado y siento a la contra la rugosidad interna de un culo abusado. Se me eriza la piel y siento a Dios besándome la nuca. Salgo del todo de ese cuerpo que ha sido mío y queda su entrada rendida, abandonada, cedida por mí, derrotada en mi guerra.


Me invade la ternura, claro. El perdedor siempre es digno de lástima durante cualquier batalla de cualquier Historia.


Lo lamo y acaricio sin apartar de su orgullo herido mi vista hipócritamente compasiva. Penetro con mi lengua a lo más profundo de su tierra conquistada y esparzo mi cariño escupiendo frescor de saliva.


Y ya, después de haberme recreado en mi malsana victoria, busco los ojos del ser que conforma el resto del cuerpo y voy pensando una excusa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mmmm me has hecho empalmar

ángel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ángel dijo...

Salvaje y refinada ¿transgresión?, similar al estilo y el ritmo de tu prosa.




Saludos..